La miró y le dijo que no se acordaba, y a ella se le empapó el alma de
dolor. Entonces lo volvió a mirar, y él estaba en otro lado, ni siquiera se daba cuenta del daño que provocaba su olvido. ¿Qué queda cuando hay olvido? ¿Existió lo que ya no se recuerda? Ella quedó detenida, ausente. Miró la ventana de reojo, parecía que afuera el mundo aún se movía. Sintió ganas de irse, de no volver jamás. Se levantó de la silla y bajó la escalera apurada por esconder el enorme espesor de sus lágrimas tibias. Él la seguía desconcertado, creo que buscaba alcanzarla. Pero ella ya no estaba, se había escapado en el eco de ese instante vacío. Salió al calor agobiante del mediodía, al ruido aturdidor de la calle. Él ahora la miraba desde el marco de la puerta, desde la lejanía de su inconsciencia. Ella empezó a caminar. Se sintió sola. En su pecho cargaba la tristeza de saber que guardaba en soledad la memoria de los dos.
P.D. : La imagen es de Getty images.
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6 comentarios:
Bienaventurados los que lloran...
Tiene razón eresfea, coppelia. Es más, me han contado que hay personas a quienes se les agotan las lágrimas y la vida se les hace más difícil.
Quizá sea un consuelo, Eresfea
Anónimo, puede ser, pero no estoy tan segura.
¿"Quizá"? No-no-no-no-no-no.
Palabra clave: ¡cuádriceps!
je- mucha razón Eresfea: cuádriceps, cuádriceps. Pero que después no duelan las rodillas.
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