jueves, 12 de junio de 2008

Mi gran amigo

El conductor de Intrusos despierta mis instintos asesinos. Mirarlo es un ejercicio masoquista; un verdadero entrenamiento para trabajar la tolerancia. Odio su soberbia y egocentrismo, la manera en la que destrata a la gente y la forma en la que goza de su poder(¿?) frente a individuos cargados de flaquezas. Opina de las mujeres, de sus cuerpos, como si en verdad lo que diga tenga algún tipo de valor más allá de la de ser la opinión de un pegajoso. Ayer dos bailarinas le mostraban sus colas para que él eligiera cuál de las dos era más perfecta. Luego le contaban cómo eran en bikini, para que pudiera elegir con mayor precisión. Él analizaba la situación con toda seriedad como si lo que respondiera fuera a ser la respuesta verdadera. El tipo, un aprovechador y promotor de la ignorancia, se beneficiaba de la desesperación de las chicas por ser alguien en el mundo del espectáculo. Y lo peor, es que lo hace desde la inocencia, porque son ellas las que lo hacen( él el que las incentiva). En este último tiempo me pregunto si incentivar al débil a caer en sus flaquezas no es el uso más denigrante del poder. La forma más hipócrita del abuso. Si quieren lucir su cola que lo hagan, pero por favor que no pidan a Jorge R. la bendición. Porque le hacen creer a él, y a los espectadores, que su opinión en verdad vale.

P. D. : El título es para suavizar el texto. Para disimular la bronca.