domingo, 26 de octubre de 2008

Elecciones.


Hace poco conocí a alguien famoso, reconocido, admirado. Recuerdo que él entró y se paró cerca del escritorio donde yo estaba sentada. Miramos para afuera porque el Sol había teñido de rojo las azoteas de todo el barrio de pocitos. Yo tenía vértigo y no me acerqué al balcón, casi no podía respirar al verlo apoyar las manos firmes sobre la baranda del piso décimo. Mientras él comentaba la luz del Sol recuerdo que yo aproveché un instante para observarlo, en detalle, sin temor. Y me di cuenta de que cargaba cierta tristeza en la mirada. Casi sin pensarlo le pregunté si era feliz. Entonces él se calló y yo me apuré a elaborar en mi mente las mil excusas que justificaran mi atrevimiento, mi estúpido atrevimiento. Pero en vez, largué otra pregunta.
– Tiene algún precio, tanta fama...¿?
Y él contestó sin siquiera pensarlo.


- La soledad, mucha soledad.
Entonces le pregunté si hubiera cambiado algo de su vida, si haría algo diferente si alguien le diera la oportunidad de empezar otra vez. Y él tampoco tardó en contestar.
- Demasiadas.
Después hizo un
silencio y apagó sobre el piso de la terraza el cigarrillo que estaba fumando.
- Me rodearía de más gente que me quisiera y no tanto de gente que me admirara.
Me sentí ofendida, era yo allí parada detrás de su ancha espalda la más fiel admiradora. Le miré los zapatos para esconder la mirada. Y él continuó.
- La gente que te admira te hace sentir que te eleva en el aire, la que te quiere te hace sentir ensanchado en la tierra. Yo prefiero vivir en la tierra, lleno.
Y ahí me lo dijo
- Pero viví en el aire, elevado, mientras todos me admiraban y ponderaban.

Le dije que no compartía del todo lo que decía, que estaba siendo extremista, y no le gustó que yo discrepara.

Cuando le sonó el celular cerró la puerta de la terraza y yo me tuve que ir porque perdía el ómnibus. Lo saludé de lejos y lo contemplé por última vez para guardar en mi memoria el momento en el que había conocido a semejante personaje. Allí quedó él, parado en la terraza con la espalda ancha de tantos logros, la piel resplandeciente y las patas de gallo acentuando la belleza de su rostro. Cerré la puerta y salí apurada.
Cuando llegué al ascensor me sentí decepcionada, lo imaginaba distinto. Tenía razón, la gente que lo admira lo observa, lo analiza, lo hace sentir grande, pero no lo acompaña. Quizá no le gustó lo que le dije, y por eso se fue. Y allí quedó él, sólo.
P.D. : La imagen es en Buenos Aires, en la Recoleta, hace unos meses.

8 comentarios:

Lebowski dijo...

Woooooow.
Hay un resurgir después del cuento a lo Señorita Cora.

Ese corto, ese corto.

Coppelia dijo...

El momento mágico fue ahora suplantado por el misterio de la señorita Flannery...Sigo en investigaciones.

El otro yo dijo...

Se dice el pecado y no el pecador, mmm...

Coppelia dijo...

jeje, después te paso el reportaje para descifrar el misterio!

eresfea dijo...

¿Se cumplirá el mes sin nuevo texto en el blog?

eresfea dijo...

¡Me encantaron las entradas de noviembre en el blog!

Anónimo dijo...

A comenzar el 2009! Te necesitamos.

Anónimo dijo...

¡Vamos Cop! No te amilanes, estamos esperando tus entradas.