La semana pasada perdí el ómnibus todos los días. Hoy no lo perdí, pero L. lo perdió por mi culpa. L. tiene 66 años, trabaja en casa desde hace años, nació en Tala, en medio del campo, y es una de las personas más alegres y graciosas que conozco. No llega al metro cincuenta y vive sola desde hace siete años porque su familia emigró a Estados Unidos. Cuando hoy me bajé del ómnibuas la vi en la parada. Se acercaba su ómnibus entonces tenía la mano estirada. Yo estaba de un lado de la rambla, ella del otro. Cuando me vio no dudó en convertir el gesto de la mano estirada que paraba al vehículo en un alegre saludo, la levantó todavía un poco más. El saludo iba para mí y no para el chofer. Pero el chofer se apoderó del gesto e ignoró el verdadero sentido de la mano estirada, y entonces no paró.
La entusiasta L. quedó detenida en la sorpresa y con un suspiro de decepción bajó la mano de aquel solazado saludo. Seguía con la cabeza el recorrido del soberbio chofer. El recuerdo de la imagen todavía me da esa mezcla culpable de tristeza y gracia.
Me acerqué y decidí tomar el suceso a la risa. L. se sumó. Qué la haraganería del chofer no le quite la alegría a L. Mañana L. seguro que tendrá algo divertido que comentar.
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1 comentario:
pocas plumas que personaje de la vida...mira que pasaron personajes por tu home....jeje
LIBI
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